(Por Julián Chappa)
José Manuel Lucía Megías es catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid, y desde 2010 dirige la «Semana complutense de las Letras» de esa misma universidad. Coordinador Académico del Centro de Estudios Cervantinos desde 1999, dirige además la plataforma literaria «Escritores complutenses 2.0». En 2012 publicó Elogio del texto digital, claves para interpretar el nuevo paradigma (Fórcola Ediciones, Madrid).
Especialista en «Humanidades Digitales», libros de caballerías, crítica textual e iconografía de El Quijote, es Director del Banco de imágenes del Quijote: 1605-1915 y actual presidente de la Asociación de Cervantistas. Fue uno de los principales promotores para que la ciudad bonaerense de Azul sea declarada por la UNESCO «Ciudad Cervantina de la Argentina», ya que posee una colección de más de 300 ediciones antiguas de Don Quijote de la Mancha, una de las más completas de toda América. Este apartado merece una nota por sí mismo, aquí la web del Festival Internacional que se realiza cada año en Azul, a comienzos de noviembre: http://www.ciudadcervantina.org.ar/festival/a--.
(*) Al pie de la entrevista, una biografía más completa del entrevistado.
Entrevista a fondo
José Manuel Lucía Megías · © Jesús Castaño
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¿Cómo se produjo su primera experiencia con un libro
electrónico?
Comencé a interesarme en el
libro digital y en la difusión de los textos por medio de la red en el año
1997, cuando trabajaba en el Instituto Cervantes, en el Área Académica. En
aquel año preparé un informe porque estábamos trabajando en la creación de una
biblioteca virtual, que luego no se llevó a cabo pues en el año 1999 apareció
la «Biblioteca virtual Miguel de Cervantes», impulsada desde la Universidad de
Alicante. En 1998 surgió mi primer trabajo sobre el tema: «Editar en
Internet (che quanto piace il mondo è breve sogno)», que se publicó en la
prestigiosa revista argentina de crítica textual Íncipit, dirigida por Germán Orduna. El tema me interesó y me sigue
interesando, así que siempre he tenido o intentado tener un lector digital.
Ahora es el iPad el lector que utilizo para leer, escuchar música, ver vídeos y
películas, almacenar fotografías, navegar, jugar…
¿Realmente estamos asistiendo a un cambio de paradigma
mucho más trascendente que la invención de la imprenta? ¿Porqué?
La imprenta como tecnología
vino a dar solución a un problema empresarial que los scriptoria medievales laicos no podían afrontar: ofrecer ejemplares
a la gran demanda de lectores, que creció en toda Europa en el siglo XIV. La
imprenta de Gutenberg (y su gran invento de los tipos móviles, la verdadera
clave de su éxito) no quería cambiar el texto sino ofrecer más textos en menor tiempo
para así dar respuesta a este mercado. El primer libro de éxito que Gutenberg
va a imprimir será La Biblia. Cada formato de canal de escritura va a imponer
una serie de cambios en la configuración del texto: el rollo (el texto continuo
pero muy dividido), el códice (la capacidad de compilación y organización
textual, la ordinatio), el libro
impreso (la portada, los paratextos)… y cada época va a ir configurando modelos
literarios con una serie de características lingüísticas y estilísticas que
permiten agruparlas en géneros, en corrientes, en movimientos artísticos.
El texto digital que comparte, en apariencia, algunos de
estos cambios –una simplicidad sintáctica, necesidad de una mayor segmentación
para propiciar el uso de enlaces, la capacidad de unir diferentes morfologías
de la información– supone un cambio sustancial frente a lo que hasta ahora
hemos vivido. Desde la invención de la escritura y su consolidación como medio
del saber en la Grecia del siglo IV, toda la tecnología de la escritura se
basaba en un elemento físico que le alejaba de algunos elementos propios de la
oralidad. En apariencia, el texto digital es «escritura» al modo tradicional
(usa el mismo juego de signos y modelo de aprendizaje y de realización), pero
es solo una apariencia: el texto digital no está físicamente escrito en un
soporte, sino que se basa en un lenguaje matemático que puede albergar más
información de la que aparece en la pantalla del ordenador o de la tablet. De
ahí que las posibilidades del texto digital estén todavía por explorar. Mucho
se ha hecho y mucho se hará cuando nos alejemos del falso icono de la imprenta
como modelo del cambio de paradigma que vivimos en la actualidad.
En su libro, usted alude al texto digital como como
portador de una «nueva oralidad» y de una «nueva textualidad». ¿Podría
precisarnos ambos conceptos?
La oralidad, hasta el
triunfo de la escritura como medio básico del aprendizaje y el conocimiento,
era el medio habitual para la transmisión del saber, pero también para su
generación. El aprendizaje se hacía mediante el diálogo, el intercambio directo
del conocimiento. Platón aprendió de su maestro Sócrates mediante el diálogo,
pero Aristóteles prefería quedarse en casa aprendiendo del diálogo con los
textos escritos antes que con las enseñanzas orales en la Academia ateniense.
La oralidad nunca se ha perdido en nuestra sociedad. Una oralidad productiva en
la Edad Media, oralidad que se ha ido limitando a esferas privadas en culturas
no letradas. Ante esta oralidad, y con el éxito de los inventos audiovisuales
en los siglos XIX y XX, se acuñó el concepto de «segunda oralidad»: aquella que
se basa en la voz para la transmisión del saber y del conocimiento, pero que no
se genera en el momento de realizarla, sino que se basa en la lectura de un
texto escrito: el guión de radio, televisión, cinematográfico…
De la mano de este concepto, he acuñado el término de «segunda
textualidad» para poder definir al «texto digital». Es textualidad porque se
basa en la escritura (signos alfabéticos que aprendemos a leer, identificar y
producir), pero en realidad lo hace en un medio que no es físico, que es
virtual como lo es la tecnología digital, con lo que permite recuperar algunos
aspectos esenciales en la oralidad que se habían perdido: la posibilidad de
crear grupos, la lectura y escritura simultánea al margen del espacio que
ocupen sus emisores y receptores, la temporalidad… El texto digital, la «segunda
textualidad» vendría a ser una nueva forma de sincretismo en el paradigma de
oralidad y escritura, que estaban llamados en la tecnología sincrónica a ser
siempre dos focos independientes de la generación y transmisión de las ideas y
del conocimiento.
El lanzamiento del formato estándar ePub en 2007 finalmente no fue el
disparador para el despegue definitivo de los e-books. ¿Cuál cree usted que será el momento o la herramienta que
permitirá que el libro electrónico logre carta de ciudadanía ante el lector
promedio?
El ePub venía a dar
respuesta a una necesidad que todavía no se ha impuesto: la necesidad de un
estándar. ¿Qué es un alfabeto? Un estándar. ¿Qué es el código ASCII? Un
estándar. El ePub iba (y va) más allá de crear un determinado modelo de
escritura reconocible por cualquier dispositivo, sino que quería aprovechar las
cualidades, las características del propio formato web, del nuevo modo al que
nos vamos acostumbrando a recibir y tener información.
De este modo, tenemos dos problemas: por un lado, el
problema de la industria que no desea tener un estándar, sino que nos movamos
entre varios lenguajes, cada uno incompatible (o complicados) entre ellos para
así sacarle el máximo beneficio económico a la inversión realizada en
tecnología; y por otro lado, la dificultad de ir creando estándares de modelos
de texto, que permitieran avanzar en sistemas que el lector entienda que son
diferentes a los conocidos hasta ahora. Hemos de avanzar más allá del incunable
del texto digital, es decir, de concebir textos digitales que sean idénticos a
los textos analógicos, tan solo que se difunden en un formato digital. ¿Para
qué emigrar a un nuevo lector si el libro me da todo lo que necesito? Y tienen
razón los que así opinan (como tenían razón los amantes de los manuscritos
únicos que se opusieron a los libros multiplicados por la imprenta en el siglo
XV).
¿Por qué aún hoy muchos grandes grupos
editoriales de Iberoamérica dan la espalda al e-book? ¿Se debe a desidia, prepotencia, ignorancia?
No hay nada de
desidia, prepotencia o de ignorancia. O quizás haya mucho de los tres. Ha
habido hasta ahora una tendencia que era la de negar la posibilidad de cambio
en los modelos de negocio de la imprenta actual, que proceden de los modelos de
la edición industrial que triunfó en el siglo XIX. Las grandes empresas
editoriales –con todo su poder económico y mediático– creyeron que podrían
dominar este peligro, igual que algunas grandes empresas informáticas de los
años setenta despreciaron el ordenador portátil con prepotencia y sucumbieron
con los años ante este nuevo mercado.
A las grandes empresas editoriales
les cuesta mucho modificar su modelo de negocio, que se basa en el
almacenamiento de millones de ejemplares y en su distribución, en una
tecnología basada en la mutiplicación de los libros. Pero todo ha cambiado en
los últimos años, y todavía todo cambiará mucho más cuando consigamos una wi-fi universal y el acceso a Internet
sea tan fácil como el que hoy en días tenemos en nuestra sociedad con la luz y
el agua. Hoy es el día de las editoriales imaginativas, las que no tengan miedo
a innovar, a reinventarse en cada momento. Los modelos de negocios de ayer ya
no son los de hoy, y mucho menos los de mañana. Tardará un poco más o un poco
menos, pero las empresas editoriales que no apuesten ahora por una real
transformación y acercamiento a la industria editorial digital, están llamadas
con el tiempo a desaparecer. Solo las grandes industrias informáticas que, sin
renunciar a su modelo de negocio, fueron capaces de abrirse a los adelantos y
apuesta de los hackers del siglo XX
son las que han sobrevivido.
Tal vez al mundo editorial le haga falta el
cimbronazo que vivió la industria discográfica la década pasada para tomar
conciencia de que este potencialidad
del libro digitalde nuestra capacidad cerebral. Algo similar sucede con la
enorme potencialidad del libro digitsá tirando piedras sobre su propio
tejado...
Ya lo van teniendo. Poco a
poco. Es cierto que el mercado del libro electrónico, de los textos digitales,
no termina por emerger (por falta de títulos, de editores comprometidos, de un
acceso no universal a Internet, etc…); pero también es cierto que las cifras de
la venta de libros en papel han bajado de manera escandalosa en los últimos
años. Lo único que sube en el panorama presente es la piratería, que está
mostrando nichos de negocios que ahora nadie está aprovechando. El sistema
antiguo está llamado a desaparecer, pues está aquejado del mal de los
dinosaurios. Si algo hemos aprendido o deberíamos aprender de la industria
discográfica y de lo que le ha pasado en los últimos años (y es una industria
con un potencial económico mucho mayor que la editorial) es que ahora el papel
del usuario, del consumidor, del lector, no es pasivo, que se le pueden imponer
hábitos y modas. Todo lo contrario. Ahora son las modos y usos de los usuarios,
de los lectores, los que deben marcar los movimientos de las industrias.
Dicen que solo utilizamos el 10% de nuestra
capacidad cerebral. Algo similar sucede con la enorme potencialidad del libro
digital, que hoy está increíblemente desaprovechada, sobre todo en mercados como
España y Latinoamérica. ¿Existe algún megaproyecto público o privado para
comenzar a enmendar este estado de cosas?
Yo no conozco ninguno.
Lamentablemente en Europa –y me temo que siguiendo su estela, también en
América– se han hecho inversiones millonarias para la digitalización de nuestro
patrimonio, nuestra memoria escrita, como un modo de ofrecer otra voz, una
alternativa pública a la gran apuesta tecnológica y comercial que suposo Google Books. Pero esta apuesta e
inversión millonaria no ha venido acompañada de una inversión en proyectos de
innovación tecnológica para la creación, difusión y conservación del saber en
los soportes digitales. Los grandes proyectos de bibliotecas textuales de los
años noventa del siglo XX se han venido sustituyendo en grandes bibliotecas
patrimoniales o generalistas, que ofrecen miles y millones de documentos
digitales, pero que se quedan en un plano de mera copia de los modelos
analógicos.
El libro digital parece haber provocado un
cambio apenas cuantitativo, cuando el gran desafío es cualitativo,
enriqueciendo exponencialmente la experiencia multimedia que permiten los
nuevos soportes ya disponibles en el mercado. ¿Qué vislumbra usted al respecto
para el próximo lustro?
Si algo tiene de
apasionante la tecnología digital es que no hay una hoja de ruta, no hay un
lugar al que ir, y este espacio lo vamos construyendo con nuestros usos, con
nuestras carencias. Cuando a principios del siglo XXI solo se hablaba de la web
semántica, de la capacidad tecnológica de pasar de la información al
conocimiento, ese nos parecía a muchos el futuro y abogábamos que este futuro
iba a cambiar nuestros modos de relacionarnos. Y de pronto, llegaron unos
jóvenes que no encontraban en la tecnología digital –que seguía siendo
piramidal y direccional– respuesta a sus inquietudes, y comenzaron a idear
sistemas por los que el usuario debaja de ser un sujeto pasivo para ser también
creador de contenidos. Frente a las «páginas personales» que nos venían
instaladas en los ordenadores, el blog; frente al álbum de fotos, Flickr; frente a la colección personal
de vídeos, YouTube; frente a los
chats y mensajes, Facebook y Twitter… la conocida como «Web 2.0» vino
a revolucionar (y lo sigue haciendo) nuestros modos de acceder y de crear
contenidos. ¿Cuál es el futuro? Ni idea. Lo que sí tengo claro es que será tal
y como nosotros queramos que sea. Si nos quedamos mirando hacia otro lado o
lamentando tiempos pasados mejores, nunca avanzaremos. O serán otros los que
avancen y luego a nosotros nos cueste más adaptarnos a ellos. No seremos más
que visitantes del futuro, añorando que sean otros sus residentes.
Acerca de José Manuel Lucía Megías
José Manuel
Lucía Megías es Catedrático de Filología Románica de la
Universidad Complutense de Madrid y Coordinador Académico del Centro de
Estudios Cervantinos desde 1999. Además, dirige la plataforma literaria «Escritores
complutenses 2.0» y desde 2010 la «Semana complutense de las Letras»
de la Universidad Complutense de Madrid.
Especialista en «Humanidades
Digitales», libros de
caballerías, crítica textual
e iconografía de El Quijote.
Es Director del Banco de imágenes del
Quijote: 1605-1915 y, actualmente, es presidente de la Asociación de Cervantistas.
Como escritor, ha
publicado los siguientes libros de poesía: Libro de horas, Prometeo condenado, Acróstico,
Canciones y otros vasos de whisky, Cuaderno de bitácora, Trento,
Tríptico e Y se llamaban Mahmud y Ayaz, además de diversos poemas
en antologías y revistas.
Es también traductor y
mantiene una columna semanal en el Diario de Alcalá, titulada «El cuaderno rojo». Es director, junto
con Francisco Peña, de «Poesía en el
corral», un ciclo de espectáculos poéticos en el Corral de Comedias
de Alcalá, y forma parte del equipo asesor del «Rincón de la poesía» en la Biblioteca
Manuel Alvar de la Comunidad de
Madrid.
Asimismo ha sido comisario de diez exposiciones; dos de ellas en la Biblioteca
Nacional de España: «Amadís
de Gaula (1508): quinientos años de libros de caballerías», y «BNE: trescientos años haciendo historia».
En 2012 publicó Elogio del texto digital,
claves para interpretar el nuevo paradigma (Fórcola Ediciones).
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Entrevista: Julián Chappa
Fotografía: © Jesús Castaño
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Nota: La traducción al inglés de esta nota fue publicada el
1º de septiembre de 2013 en la revista digital Fair Observer: http://www.fairobserver.com/article/digital-publishing-interview-jose-manuel-luc%C3%ADa-meg%C3%ADas%20.